martes, 9 de febrero de 2016

SALUDO DE MONS. CAMINO FERNANDO CASTRELLÓN PIZANO A SU COMUNIDAD DIOCESANA DE BARRANCABERMEJA Y FILIES DEL MAGDALENA MEDIO  AL INICIAR ES TIEMPO CUARESMAL. DONDE EL ENCUENTRO CON CRISTO NOS LLEVA  A CAMINAR A LA MISERICORDIA DEL PADRE.







INTERVENCIÓN SEÑOR OBISPO
Asamblea Diocesana, enero de 2016
Barrancabermeja

PRIMERO: SALUDO Y ANUNCIO  DEL SÍNODO DIOCESANO

Un saludo muy especial a cada uno y cada una de ustedes y a quienes inician, este año, un caminar con nosotros.

En septiembre del 2017 yo presento la renuncia al Santo Padre, como Obispo de la Diócesis, y deseo terminar mi ministerio en esta Iglesia Particular con el Sínodo Diocesano, que trataré unos temas fundamentales:

1.        El Plan de Diocesano de Pastoral, con una planeación a tres años y  atención especial a la formación de agentes de pastoral, particularmente, laicos; familia; catequesis; pastoral juvenil y vocacional
2.        El Plan Diocesano de Formación
3.        Directorio Diocesano
4.        Administración y finanzas.

En próximos días nombraré el coordinador y el equipo, de cada uno de estos sectores, para comenzar a trabajar, con la participación de todos y de todas.

SEGUNDO: EL AÑO JUBILAR

El tema central, que orientará todo nuestro trabajo pastoral, es El encuentro personal con Cristo, misericordia del Padre y que iluminará  todo nuestro año jubilar.

Permítanme, repasar, algunos aspectos, de la lectura que el Papa Francisco, hace del Jubileo de la Misericordia:

El Año de la Misericordia, es la invitación  para cambiar nuestros esquemas mentales frente a Dios, contemplando el misterio de la misericordia del Padre, de manera que superemos aquellos esquemas o modelos mentales de un Dios terrible, que castiga y tiene abiertas las puertas del infierno para mandarnos allá y una conversión de corazón para recibir la misericordia de Dios y ser misericordiosos, como el Señor Jesús.

Al respecto, escribe el Santo Padre en Misericordiae Vultus:

Contemplar el misterio de la misericordia

Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados no obstante el límite de nuestro pecado (No. 2).

 “Es propio de Dios usar misericordia y especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia”. Las palabras de santo Tomás de Aquino muestran cuánto la misericordia divina no sea en absoluto un signo de debilidad, sino más bien la cualidad de la omnipotencia de Dios. Es por esto que la liturgia, en una de las colectas más antiguas, invita a orar diciendo: “Oh Dios que revelas tu omnipotencia sobre todo en la misericordia y el perdón”. Dios será siempre para la humanidad como Aquel que está presente, cercano, providente, santo y misericordioso (No. 6).

El Papa nos presenta a Jesús, misericordia del Padre, que se acerca a todos y, por lo tanto, a cada uno de nosotros para curar nuestras dolencias. El Papa Francisco nos recuerda que Jesús es la misericordia del Padre.

Jesús, misericordia del Padre


Jesús, delante a la multitud de personas que lo seguían, viendo que estaban cansadas y extenuadas, pérdidas y sin guía, sintió desde la profundo del corazón una intensa compasión por ellas (Cfr Mt 9,36). A causa de este amor compasivo curó los enfermos que le presentaban (Cfr Mt 14,14) y con pocos panes y peces calmó el hambre de grandes muchedumbres (Cfr Mt 15,37). Lo que movía a Jesús en todas las circunstancias no era sino la misericordia, con la cual leía el corazón de los interlocutores y respondía a sus necesidades más reales. Cuando encontró la viuda de Naim, que llevaba su único hijo al sepulcro, sintió gran compasión por el inmenso dolor de la madre en lágrimas, y le devolvió a su hijo resucitándolo de la muerte (Cfr Lc 7,15). Después de haber liberado el endemoniado de Gerasa, le confía esta misión: “Anuncia todo lo que el Señor te ha hecho y la misericordia que ha obrado contigo” (Mc 5,19). También la vocación de Mateo se coloca en el horizonte de la misericordia. Pasando delante del banco de los impuestos, los ojos de Jesús se posan sobre los de Mateo. Era una mirada cargada de misericordia que perdonaba los pecados de aquel hombre y, venciendo la resistencia de los otros discípulos, lo escoge a él, el pecador y publicano, para que sea uno de los Doce. San Beda el Venerable, comentando esta escena del Evangelio, escribió que Jesús miró a Mateo con amor misericordioso y lo eligió: miserando ataque eligendo. Siempre me ha cautivado esta expresión, tanto que quise hacerla mi propio lema (No. 8).

Ser misericordiosos, como el Señor Jesús

Jesús afirma que la misericordia no es solo el obrar del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus hijos. Así entonces, estamos llamados a vivir de misericordia, porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia. El perdón de las ofensas deviene la expresión más evidente del amor misericordioso y para nosotros cristianos es un imperativo del que no podemos prescindir. ¡Cómo es difícil muchas veces perdonar! Y, sin embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón. Dejar caer el rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para vivir felices. Acojamos entonces la exhortación del Apóstol: “No permitan que la noche los sorprenda enojados” (Ef 4,26). Y sobre todo escuchemos la palabra de Jesús que ha señalado la misericordia como ideal de vida y como criterio de credibilidad de nuestra fe. “Dichosos los misericordiosos, porque encontrarán misericordia” (Mt 5,7) es la bienaventuranza en la que hay que inspirarse durante este Año Santo (9).

TERCERO: RENOVACIÓN PASTORAL DE LAS ESTRUCTURAS

La Diócesis de Barrancabermeja, por muchos años, ha caminado con el Plan Diocesano de Renovación y Evangelización (PDRE). Desde mi llegada a esta Iglesia Particular, en el 2010, escuché con atención a todo el clero presente en la Diócesis y a un número significativo de miembros de la vida consagrada y del laicado y escuché, continuamente, la necesidad de una revisión del Plan Diocesano de Renovación y Evangelización (PDRE).

Por una parte, considero que la fundamentación teológica tiene inconsistencias doctrinales[1] y me parece, que con la intención de un trabajo pastoral bien llevado, se exageró en la organización, en las formulaciones y en la ejecución.

Por otra parte, reconozco aspectos muy valiosos del PDRE y un trabajo que ha dejado huellas profundas en la Diócesis, aspectos importantes que debemos mantener en la elaboración del nuevo Plan Diocesano de Pastoral.

Frente al cambio de época y a las debilidades o inconsistencias de los diversos modelos y metodología pastorales, Aparecida nos invita a tener como primera prioridad el volver a Cristo e insiste en la necesidad de una  conversión pastoral y renovación misionera de las comunidades
Dice Aparecida:

Recomenzar desde Cristo

1.                        Por ello los cristianos necesitamos recomenzar desde Cristo, desde la contemplación de quien nos ha revelado en su misterio la plenitud del cumplimiento de la vocación humana y de su sentido. Necesitamos hacernos discípulos dóciles, para aprender de Él, en su seguimiento, la dignidad y plenitud de la vida. Y necesitamos, al mismo tiempo, que nos consuma el celo misionero para llevar al corazón de la cultura de nuestro tiempo, aquel sentido unitario y completo de la vida humana que ni la ciencia, ni la política, ni la economía ni los medios de comunicación podrán proporcionarle. En Cristo Palabra, Sabiduría de Dios (cf. 1 Cor 1, 30), la cultura puede volver a encontrar su centro y su profundidad, desde donde se puede mirar la realidad en el conjunto de todos sus factores, discerniéndolos a la luz del Evangelio y dando a cada uno su sitio y su dimensión adecuada /No. 41).

Conversión pastoral y renovación misionera de las comunidades
2.                          Esta firme decisión misionera debe impregnar todas las estructuras eclesiales y todos los planes pastorales de diócesis, parroquias, comunidades religiosas, movimientos, y de cualquier institución de la Iglesia. Ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera, y de abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe (No. 365).
3.                          La conversión personal despierta la capacidad de someterlo todo al servicio de la instauración del Reino de vida. Obispos, presbíteros, diáconos permanentes, consagrados y consagradas, laicos y laicas, estamos llamados a asumir una actitud de permanente conversión pastoral, que implica escuchar con atención y discernir “lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias” (Ap 2, 29) a través de los signos de los tiempos en los que Dios se manifiesta (No. 366)
Dentro de este espíritu de Aparecida caminaremos en la elaboración de nuestro Plan Diocesano de Pastoral. Del PDRE tendremos muy presentes los aspectos que enumero a continuación, por considerarlos muy válidos y estaremos atentos a otras sugerencias al respecto:

Ø  La espiritualidad de comunión, quizás, el aporte más importante del Concilio Vaticano II y que se constituye en el proyecto pastoral diocesano, en eje fundamental del ser y quehacer pastorales.
Ø  Apertura al Concilio Vaticano II, en sentido metafórico, es como una empatía entre el Concilio y el Plan Pastoral. Hay una sensibilidad y apertura a las orientaciones que alimentan sus opciones fundamentales.
Ø  Procesos pastorales, es de valor inestimable la opción de caminar por procesos, de ahí la importancia del itinerario de pastoral, que puede hacerse mucho más ágil.
Ø  Reconocimiento del ser y misión de los laicos, llamados a ser sujetos activos de pastoral, a asumir responsabilidades directivas y a descentralizar la organización, para hacerla más ágil y funcional.
Ø  Valoración de las realidades temporales, hay una mirada de simpatía por el mundo, muy propia del San Juan XXIII y que se plasmó, particularmente en la Constitución de la Iglesia en el Mundo y que es una de las características del Plan Pastoral.
Ø  La lectura de los signos de los tiempos, que están enunciados y no suficientemente profundizados, lo que nos exige una atención particular, ya que debe ser uno de los pilares para comprender la realidad. Con el apoyo de las ciencias sociales, la lectura de los signos de los tiempos nos permiten una lectura teológica y no simplemente sociológica.
Ø  El Reino de Dios, que exige una mayor profundización y una adecuada metodología para descubrir su presencia en toda la realidad y ayudar a Jesús a hacerlo presente en nuestros ambientes.
Ø  Pastoral de multitudes, es una intuición feliz que lleva a romper los estrechos límites de la Diócesis. Lamentablemente, no siempre ha sido entendida en su real dimensión, lo cual exige  repensarla, por el dinamismo misionero.
Ø  Algunas estructuras pastorales son muy importantes para el funcionamiento pastoral, como el EDAP, el EPAP, la Asamblea Diocesana y han sido asimiladas por la comunidades parroquiales.
Ø  La  prospectiva, un aporte importante al proceso pastoral es la utilización de la prospectiva  o  proceso que involucra períodos iterativos de reflexión abierta, consulta y discusión, conduciendo a una visión conjunta y refinada de visiones de futuro y de estrategias comunes de los involucrados.
Responde a la constatación de  Albert Einstein, quien afirmaba, que es una locura hacer una  cosa de la misma manera siempre y esperar resultados diferentes. La prospectiva despierta y favorece la creatividad ya que lleva al descubrimiento de un espacio común para pensar en el futuro y la generación de aproximaciones estratégicas.
Dada la importancia y utilidad de la prospectiva en la elaboración y ejecución del plan pastoral, es necesario liberarla de una pesada carga de procedimientos y orientarse por los sencillos procesos de la planeación estratégica, que en nada demeritan de la seriedad y profundidad del trabajo prospectivo.
Ø  La acción significativa, que da unidad y dinamismo a las programaciones. Es importante saberla formular.
Ø  Los principios pastorales, permiten un trabajo ágil y organizado.
CUARTO. ORIENTACIONES PASTORALES

Quiero presentar, a manera de horizonte programático, algunas pinceladas del Plan Pastoral Diocesano, que será elaborado con la participación amplia de la Diócesis.

Nuestro punto de partida y motivación particular: El Jesús histórico, desde la experiencia de la resurrección y su entrega total por el Reino.

Esto significa sentir a Cristo, no afuera sino dentro de cada uno de nosotros y, a la vez actuando en la Iglesia y en la sociedad y que se convierte en impulso y orientación del camino cristiano.

Vamos a hacer un rápido recorrido, a partir de los Evangelios, para recordar la pasión fundamental de Jesús: el anuncio del Reino y comprender las tres pastorales que van a estructurar nuestro trabajo pastoral (pastoral profética, pastoral litúrgica y pastoral real, de servicio o social)

 La preocupación fundamental de Jesús

Una sencilla lectura de los escritos del Nuevo Testamento, especialmente de los evangelios, basta para caer en la cuenta de que la figura de Jesús que presentan es la de un hombre que ha entregado toda su  vida y todas sus energías a una causa.

Esa causa está expresada en las formas de pensar propias de su época y de su cultura, y según la sensibilidad de aquellos a quienes van dirigidos los escritos. La forma más típica y, sin duda, la que mejor refleja el momento original, es la de  “Reino de Dios".

Jesús aparece entusiasmado por esa causa. Su condición de apasionado la describe Él mismo al proponer, por ejemplo, la parábola del tesoro encontrado en el campo, o la de la perla preciosa (Mt 13, 44-46). El primero de los retratados en esta parábola es Él mismo.

Hay expresiones en los evangelios que condensan la finalidad que Él persiguió, tenaz e infatigablemente, en su actividad: "El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir, y a dar la vida en rescate por la muchedumbre" (Mc 10, 45); "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10).

Es iluminador destacar cómo actuó Jesús en orden a la realización de su causa. Sintéticamente lo dice Lucas en el libro de los Hechos: "Hizo y enseñó" (Act 1, 1):

Ø  Ante todo, hizo: perdonó pecados, sanó enfermos, iluminó ciegos, limpió leprosos, hizo caminar a paralíticos, llenó de esperanza y dio ánimo a los pobres, liberó a poseídos por los espíritus, puso en crisis a los seguros de su justicia, combatió la esclavitud a la ley, dio pan a los hambrientos, desató lenguas mudas, abrió el oído a sordos, resucitó muertos y, por fin, dio su vida para llevar hasta sus últimas consecuencias lo que había iniciado en favor de los hombres y mujeres.

Ø  También enseñó: habló abriendo esperanzas para el porvenir a quienes las habían perdido, denunció opresiones internas y externas, hizo tomar conciencia del verdadero valor de las realidades, reveló el auténtico sentido definitivo de la vida, iluminó las justas relaciones con Dios, con los demás y con las cosas, develó el verdadero rostro de Dios; expuso, en una palabra, el proyecto de Dios sobre el hombre y sobre el mundo.

La comunidad de los colaboradores

Los evangelistas atestiguan algo más: Jesús, para llevar adelante su causa, buscó colaboradores y formó con ellos una comunidad. A ellos trató de comunicarles su ardor por la causa del Reino.

Entre los evangelistas, el que lo presenta en forma más sintética y clara es Marcos:
"Subió al monte y llamó a los que Él quiso; y vinieron a Él. Instituyó doce, para que estuvieran con Él,  y para enviarlos a pregonar, con poder de expulsar los demonios" (Mc 3, 13-15).

La expresión "estar con Él" indica aquí la comunidad de vida con Jesús y entre ellos, mediante la cual se fueron identificando con la misión que Él se proponía realizar. La otra expresión "enviarlos a pregonar, con poder de expulsar los demonios", indica la tarea misma caracterizada en esa forma por el evangelista.

A algunos de sus colaboradores Jesús los arranca literalmente de otros empeños y ocupaciones de horizontes menos amplios. Así, a Leví lo saca de su mesa de recaudador de impuestos (Mc 2, 13); a Santiago, Juan, Simón Pedro y Andrés, de su trabajo de pescadores (Mc 1, 16-20). Lo que espera de ellos es que se dejen encender por ese fuego que a Él mismo lo devora. Por eso aparece tan exigente al invitarlos. "Las zorras tienen su guarida y las aves del cielo su nido; pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar su cabeza", dice a uno que quiere seguirlo; "deja que los muertos entierren a sus muertos", contesta a la objeción de otro que invita a colaborar con Él (Lc 9, 58-60).

El grupo de sus discípulos llegó, en ciertos momentos a ser numeroso (Lc 10, 1-17) y hasta lo integraron algunas mujeres (cosa nada común en la época) (Lc ,1-3). Cuando las circunstancias se hicieron difíciles, muchos de ellos lo abandonaron (Jn 6, 60-66). El grupo quedó reducido. Jesús se dedicó entonces con mayor intensidad a los que habían permanecido fieles (Mt 16, 13-21). Pero ninguno de ellos tuvo el valor de llevar, con Él y como Él, la causa hasta el fin: en el momento del peligro lo dejaron solo (Mc 14, 50).

La Muerte


Es quizás el momento de la crisis definitiva. Todo el sentido de su existencia parece desplomarse y Jesús se pregunta: ¿Dónde está ese Dios por el que ha luchado, ese Padre amoroso en el que ha confiado?

¿Por qué Dios lo ha abandonado? ¿Por qué lo ha dejado solo, desvalido? Jesús era conocedor de las Escrituras y había meditado el Siervo doliente. Él mismo había hecho la opción del Mesías ajusticiado, como la mejor opción para ser fiel a su Padre. Él conocía todo lo que le esperaba. Era inteligente y sabía que oponiéndose a los poderes de Israel, moriría en una cruz, pero Jesús era humano y abrigaba la esperanza de la acción de su Padre Dios en su favor. Él había testimoniado a su Padre. Que su Padre diera ahora testimonio de Él. Dios responde con el silencio: "Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?" (Mt. 27, 46).

Humanamente estaba destruido, religiosamente se sentía abandonado. Su vida un fracaso, una equivocación. Dios mío, su Padre bueno lo dejaba solo. Jesús se siente un fracasado. En ese momento, en el que se manifiesta la inutilidad humana, en el que se toca el límite con la angustia de la destrucción, en ese momento, Jesús retoma el sentido de su existencia y se entrega en los brazos de su Padre en acto de fe (Cfr. Lc. 23, 46).

Le vieron


La muerte de Jesús fue un éxito para el orden establecido. Habían logrado juzgarlo, condenarlo a muerte. Una vez comprobado su deceso, fue trasladado a un sepulcro. Él y su doctrina habían muerto. El sanedrín una vez más había salido airoso.

A pesar de todas las previsiones humanas, después de la muerte del Crucificado, sus discípulos afirman que lo han visto y no solo hacen esta afirmación, sino que están convencidos que Él está en medio de ellos. Esta presencia es narrada a través de una serie de apariciones y de una clara conciencia de que en realidad el Señor está con ellos (Mt. 28,1-7; Mc 16, 1-7; Jn 20,1; Lc 24, 21-35. 36-43. 44-49).


Como efecto de esa resurrección, los seguidores de Cristo se transforman en seres nuevos. Se renueva el contacto personal con Cristo, pero a niveles de profundidad. La iniciativa de Jesús les penetra hasta tal punto que se convierten en animadores de un movimiento que ya nadie podrá parar, ni las persecuciones, ni las divisiones, ni los fracasos. Ciertamente algo, una experiencia única ha transformado sus vidas: ellos afirman que ha sido el reencuentro con el Señor Jesús, vivo, después de su muerte.

Los cristianos después de la muerte y la resurrección de Jesús

No obstante la crisis producida por la muerte de Jesús, la semilla sembrada por Él entre sus discípulos no quedó estéril. Al desánimo producido con ocasión de su proceso, siguió un repensamiento y un retorno. La pasión por la causa del Reino ganó terreno en su corazón y en el de otros muchos hombres y mujeres. Así nació la primera comunidad cristiana en Jerusalén.

Los escritos del Nuevo Testamento lo atestiguan y lo describen a su modo. Sobre todo el libro de los Hechos narra el nacimiento, la organización, la vida y la actuación de esa comunidad llena de entusiasmo. Es una comunidad que tiene conciencia, sobre la base de una fuerte experiencia, de que ese Jesús a quien vieron morir, está vivo en medio de ellos, y que les comunica el mismo ardor por la salvación de los hombres que lo llevó a Él a entregar su vida para lograrla. Les transmite su entusiasmo por el Reino.

 La Evangelización

De la experiencia personal con el Señor los primeros discípulos asumieron la causa de Jesús: Anuncio del Reino y, con el correr de los años, la Iglesia fue estructurando todo el proceso de evangelización.

Hoy, se da muchísima importancia, en este proceso evangelizador, al primer anuncio, que debe informar y formar toda la pastoral de la Iglesia y anunciarse continuamente.
El primer anuncio es un lenguaje del corazón

EL PRIMER ANUNCIO es la comunicación de la experiencia de Jesús a los demás en forma tal que:

Ø  Sale del corazón de un creyente y llega al corazón de otra persona.

Ø  Se llama primero porque es lo fundamental, es la experiencia básica de Jesús, el núcleo de la vida cristiana.

Ø  Está antes que todo lo demás[2].

La Pastoral[3]

Para hacer realidad el primer anuncio y todo el proceso de evangelización, existen diversos modelos pastorales y diferentes metodologías, por lo que es fundamental una actitud de escucha y enriquecimiento mutuo entre las diversas orientaciones.

Una de ellas, considera que la pastoral son la totalidad de las acciones de la comunidad eclesial, tendientes a desarrollar y consolidar el anuncio del Evangelio que sucita la fe en las personas,  formar la comunidad cristiana, ser fermento evangelizador en la historia humana, mediante el  misterio profético, la mediación sacerdotal y el compromiso por el crecimiento del hombre, auscultando los signos de los tiempos para descubrir la acción salvadora de Dios (presencia del Reino) y colaborar al mismo Dios en su proyecto, que es y ha sido, razón de su entrega.

Según el ejemplo de Cristo[4]

En cumplimiento de su misión evangelizadora, la Iglesia, como sacramento de Cristo, sigue las huellas de su fundador que es profeta, sacerdote y pastor (servidor). Lo mismo que Él, en actitud de servicio, realiza las tres acciones fundamentales que le son propias: la profética: proclamación de la Palabra; la sacerdotal o litúrgica: celebración de la fe por el culto; la real o social: vivencia de la justicia y de la caridad.

Estas tres funciones de Cristo se convierten en las tres pastorales clásicas de la Iglesia, ofrecidas como camino de santidad para la identificación con el Señor Jesús y la colaboración en la construcción del Reino en la Iglesia y en la sociedad.

Pastoral Profética: Proclama la Palabra de Dios con la cual el Espíritu reúne a la comunidad en la fe y la hace progresar en ella. Realiza así el aspecto profético de su ser.

Pastoral Litúrgica: En la celebración de la fe por el culto y la piedad glorifica y agradece a Dios como se merece, a la vez que recibe de Él la santificación, la unidad y la fuerza para ser más comunidad para comprometerse en la edificación del mundo cada vez mejor.

Pastoral real o social: Por la vivencia real de la justicia y de la caridad forma y acompaña a la comunidad cristiana en medio de la vida temporal, según los criterios del evangelio y la enseñanza de la Iglesia, para que cada día sea más familia de Dios y se superen las injusticias y desigualdades.

Las tres pastorales, que son campos concretos de acción pastoral, se convierten, cada una, en dimensiones para estar presentes en todas las pastorales específicas o en servicios pastorales, como quieran llamarse y todas apuntan a un misma finalidad, como dijimos anteriormente, es decir, camino de santidad para la identificación con el Señor Jesús y la colaboración en la construcción del Reino en la Iglesia y en la sociedad.

Para hacer realidad estos propósitos, San Juan Pablo II[5], nos recuerda que este caminar eclesial debe hacerse como espiritualidad de comunión que:

Ø  Significa una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado.
Ø  Significa capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo Místico y, por tanto, uno que me pertenece, para saber compartir sus alegrías y sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad.
Ø  Significa capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un don para mí, además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente.
Ø  Significa dar espacio al hermano llevando mutuamente la carga  de los otros y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos acechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidia.
Ø  Significa el compromiso de los cristianos para hacer el mundo cada vez más humano e implica construir la civilización del amor que supone evangelizar en profundidad la cultura y las culturas del hombre.

Quinto: Plan Pastoral, camino de santidad

Para entender mejor el alcance de esta afirmación es bueno referirnos a la definición que daba el Padre Rhaner de la teología práctica como aquella disciplina que se ocupa de la autoactuación que tiene que realizar de hecho la Iglesia en la situación concreta; en el fondo es un análisis  de la situación en que  la Iglesia tiene que ir desarrollándose a sí misma.

Este análisis, que tiene que estar a la base de la formulación del Plan Diocesano de Pastoral, exige la cooperación de las ciencias sociales, pero no se queda en un diagnóstico simplemente sociológico, sino identificado el momento fenomenológico-descriptivo y de interpretación y valoración, en un ambiente de fe lee desde el Evangelio, la Tradición cristiana y los signos de los tiempos las indicaciones que el Espíritu Santo da a la comunidad creyente en una determinada coyuntura de la historia.

En primer lugar, es colocarse como María en actitud de buscar la voluntad de Dios ¿Qué quiere el Señor de nosotros, como comunidad diocesana? ¿Qué nos pide? ¿Qué debemos hacer? ¿Cómo responder?

Esta búsqueda de la voluntad de Dios, exige de la comunidad como tal y de cada uno de nosotros, una actitud de oración y total disponibilidad al querer de Dios.

En segundo lugar, es considerar el Plan Diocesano de Pastoral, no como un simple instrumento para la acción, sino como lo que es: una autoactuación de la Iglesia para ser y realizar su misión de salvación, es decir, la Iglesia, sacramento presente y eficaz de Jesús, Misericordia del Padre,  en nuestra Diócesis

En tercer lugar, como hijos e hijas de la Iglesia, asumimos esa hermosa misión de continuar, con ardor, la causa de Jesús; hacemos que el Plan Diocesano de Pastoral entre en nuestro corazón y sea parte de nuestros afectos y nos comprometemos en su ejecución con Jesús (opción por el Reino), en compañía de Jesús (oración) y como Jesús (con los mismos sentimientos que tuvo Cristo).

Los invito y las invito, al iniciar este año, a acudir a la Santísima Virgen María, con la misma oración del Papa Francisco, al final de la Exhortación Alegría del Evangelio:

Virgen y Madre María,
tú que, movida por el Espíritu,
acogiste al Verbo de la vida
en la profundidad de tu humilde fe,
totalmente entregada al Eterno,
ayúdanos a decir nuestro «sí»
ante la urgencia, más imperiosa que nunca,
de hacer resonar la Buena Noticia de Jesús.
Tú, llena de la presencia de Cristo,
llevaste la alegría a Juan el Bautista,
haciéndolo exultar en el seno de su madre.
Tú, estremecida de gozo,
cantaste las maravillas del Señor.

Tú, que estuviste plantada ante la cruz
con una fe inquebrantable
y recibiste el alegre consuelo de la resurrección,
recogiste a los discípulos en la espera del Espíritu
para que naciera la Iglesia evangelizadora.

Consíguenos ahora un nuevo ardor de resucitados
para llevar a todos el Evangelio de la vida
que vence a la muerte.
Danos la santa audacia de buscar nuevos caminos
para que llegue a todos
el don de la belleza que no se apaga.
Tú, Virgen de la escucha y la contemplación,
madre del amor, esposa de las bodas eternas,
intercede por la Iglesia, de la cual eres el icono purísimo,
para que ella nunca se encierre ni se detenga
en su pasión por instaurar el Reino.
Estrella de la nueva evangelización,
ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión,
del servicio, de la fe ardiente y generosa,
de la justicia y el amor a los pobres,
para que la alegría del Evangelio
llegue hasta los confines de la tierra
y ninguna periferia se prive de su luz.
Madre del Evangelio viviente,
manantial de alegría para los pequeños,
ruega por nosotros.
Amén. Aleluya.



[1]La etapa kerigmática no corresponde a la tradición, contenido y praxis de la Iglesia sobre kerigma, que es explícitamente el Anuncio y el precatecumenado es necesario redefinirlo para que sean claros los signos de apertura al Evangelio. La segunda etapa tiene también problemas teológicos, se desconoce que por el anuncio llega la fe (Rm 10,17) y el encuentro con el Señor Jesús se trata después del encuentro con la fe y sus exigencias. Es otro orden. La cristología y sacramentología del PDRE son  débiles. Están ausentes la mariología y la escatología y se presta poco interés a la piedad popular, que es como el precioso tesoro de la Iglesia católica en América (Benedicto XVI) y refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer (Aparecida). Tanto Aparecida, como la Alegría del Evangelio y otros documentos eclesiales, son estudiados y/o comentados en las reuniones, pero no son asumidos en el cuerpo del PDRE.
[2] Castro L. A., Fe Misionera, Fe Primera, Ed. Paulinas, Bogotá, 2007, pág. 85
[3] Existen unas prioridades pastorales que en diversos encuentros se han enumerado y que estudiaremos, revisaremos, ampliaremos. Ahora, enumeramos algunas de ellas como punto de referencia: primado de la vida espiritual; espiritualidad de comunión; opción preferencial por los pobres y excluidos; consolidación del presbiterio; centro diocesano de pensamiento; formación y capacitación de agentes de pastoral (presbíteros, seminaristas, laicos comprometidos, religiosos y religiosas); mentalidad proyectual; fortalecimiento del Plan Diocesano de Pastoral; pastoral juvenil y vocacional; catequesis; familia y promoción de la vida; pastoral social; pastoral rural con énfasis en comunidades cristianas campesinas como primeras animadoras;  ministerios laicales;  cultura de la vida, la reconciliación, la justicia y la paz; compromiso con los derechos humanos; defensa de la vida y la dignidad de las personas, posconflicto; desarrollo socioeconómico y cultural.
[4] Cfr Conferencia Episcopal de Colombia, directorio nacional de pastoral parroquial, SPEC, Bogotá, 1986, págs. 67-68
[5] Juan Pablo II,  Al comienzo del nuevo milenio No. 43

REFLEXION

«Tenemos todos que cambiar nuestros corazones, con los ojos puestos en el orbe entero y en aquellos trabajos que todos juntos podemos llevar a cabo para que nuestra generación mejore» (Constitución Gaudium et Spes, n. 82).
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