VIACRUCIS RETIRO DE CLERO.
OFRECIMIENTO
Oh Jesús, Pastor Eterno de las almas, dígnate mirar a los sacerdotes. Guárdalos al abrigo de tu corazón; conserva sin mancha sus manos que diariamente tocan tu Sacratísimo Cuerpo; conserva purificados sus labios con tu Preciosa Sangre; conserva inmaculado su corazón, marcado con el sello sublime del sacerdocio. No permitas que el espíritu del mundo los contamine. Aumenta el número de tus apóstoles, bendice sus trabajos; que el fruto de sus desvelos sea la salvación de muchas almas aquí en la tierra, para que sean su corona en el cielo. Amén.
ORACIÓN INICIAL
¡Oh Jesús, sacerdote sumo y eterno!
me llamaste a compartir tu sacerdocio
no por mis méritos, sino por tu gran misericordia.
Y con tu llamado llegó también tu gracia,
la gracia de actuar en tu nombre,
de enseñar en tu nombre,
de santificar en tu nombre,
de perdonar en tu nombre.
Todo eso, Jesús, es el lado amable de mi sacerdocio.
Gracias.
Pero hay otro lado que me llena de
temor:
tal parece que también me llamaste
para sufrir en tu nombre.
Y es lógico;
si ser sacerdote significa ser otro Cristo,
también tengo que ser otro Cristo
en el camino al Calvario.
También estoy llamado
a sufrir en tu nombre.
No me gusta, Jesús,
y tan sólo lo acepto
si me das tu gracia para sufrir contigo.
Contigo tomaré mi cruz
para salvarme
y para salvar contigo.
PRIMERA ESTACIÓN
Jesús es condenado a
muerte
V /. Te adoramos oh
Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu santa
Cruz redimiste el mundo.
Lectura del Evangelio
según San Mateo 27, 22-23.26
Pilato les preguntó: «¿y
qué hago con Jesús, llamado el Mesías?» Contestaron todos: «¡que lo
crucifiquen!» Pilato insistió :«pues ¿qué mal ha hecho?» Pero ellos gritaban
más fuerte: «¡que lo crucifiquen!» Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús,
después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
MEDITACIÓN
El Juez del mundo, que
un día volverá a juzgarnos, está allí, humillado, deshonrado e indefenso
delante del juez terreno. Pilato no es un monstruo de maldad. Sabe que este
condenado es inocente; busca el modo de liberarlo. Pero su corazón está
dividido. Y al final prefiere su posición personal, su propio interés, al
derecho. También los hombres que gritan y piden la muerte de Jesús no son
monstruos de maldad. Muchos de ellos, el día de Pentecostés, sentirán «el
corazón compungido» (Hch 2, 37), cuando Pedro les dirá: «Jesús Nazareno, que
Dios acreditó ante vosotros [...], lo matasteis en una cruz...» (Hch 2, 22 ss).
Pero en aquel momento están sometidos a la influencia de la muchedumbre. Gritan
porque gritan los demás y como gritan los demás. Y así, la justicia es
pisoteada por la bellaquería, por la pusilaminidad, por miedo a la prepotencia
de la mentalidad dominante. La sutil voz de la conciencia es sofocada por el
grito de la muchedumbre. La indecisión, el respeto humano dan fuerza al mal.
ORACIÓN
Señor, has sido
condenado a muerte porque el miedo al «qué dirán» ha sofocado la voz de la
conciencia. Sucede siempre así a lo largo de la historia; los inocentes son
maltratados, condenados y asesinados. Cuántas veces hemos preferido también
nosotros el éxito a la verdad, nuestra reputación a la justicia. Da fuerza en
nuestra vida a la sutil voz de la conciencia, a tu voz. Mírame como lo hiciste
con Pedro después de la negación. Que tu mirada penetre en nuestras almas y nos
indique el camino en nuestra vida. El día de Pentecostés has conmovido en
corazón e infundido el don de la conversión a los que el Viernes Santo gritaron
contra ti. De este modo nos has dado esperanza a todos. Danos también a
nosotros de nuevo la gracia de la conversión.
Todos:
Padre nuestro…
SEGUNDA
ESTACIÓN
Jesús con la cruz a cuestas
V /. Te adoramos oh
Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu santa
Cruz redimiste el mundo.
Lectura del
Evangelio según San Mateo 27, 27-31
Los soldados
del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a
toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y
trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una
caña en la mano derecha. Y doblando ante él la rodilla, se burlaban de él
diciendo: «¡Salve, Rey de los judíos!». Luego lo escupían, le quitaban la caña
y le golpeaban con ella en la cabeza. Y terminada la burla, le quitaron el
manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
MEDITACIÓN
Jesús, condenado
por declararse rey, es escarnecido, pero precisamente en la burla emerge
cruelmente la verdad. ¡Cuántas veces los signos de poder ostentados por los
potentes de este mundo son un insulto a la verdad, a la justicia y a la
dignidad del hombre! Cuántas veces sus ceremonias y sus palabras
grandilocuentes, en realidad, no son más que mentiras pomposas, una caricatura
de la tarea a la que se deben por su oficio, el de ponerse al servicio del
bien. Jesús, precisamente por ser escarnecido y llevar la corona del
sufrimiento, es el verdadero rey. Su cetro es la justicia (Sal 44, 7). El precio de la justicia es el
sufrimiento en este mundo: él, el verdadero rey, no reina por medio de la
violencia, sino a través del amor que sufre por nosotros y con nosotros. Lleva
sobre sí la cruz, nuestra cruz, el peso de ser hombres, el peso del mundo. Así
es como nos precede y nos muestra cómo encontrar el camino para la vida eterna.
ORACIÓN
Señor, te has
dejado escarnecer y ultrajar. Ayúdanos a no unirnos a los que se burlan de
quienes sufren o son débiles. Ayúdanos a reconocer tu rostro en los humillados
y marginados. Ayúdanos a no desanimarnos ante las burlas del mundo cuando se
ridiculiza la obediencia a tu voluntad. Tú has llevado la cruz y nos has
invitado a seguirte por ese camino (Mt 10, 38). Danos fuerza para aceptar la
cruz, sin rechazarla; para no lamentarnos ni dejar que nuestros corazones se
abatan ante las dificultades de la vida. Anímanos a recorrer el camino del amor
y, aceptando sus exigencias, alcanzar la verdadera alegría.
Todos:
Padre nuestro….
TERCERA ESTACIÓN
Jesús cae por primera vez
V
/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu santa
Cruz redimiste el mundo.
Lectura del libro del profeta Isaías 53, 4-6
Él soportó
nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos
leproso, herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones,
triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable vino sobre él, sus
cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su
camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes.
MEDITACIÓN
El hombre ha
caído y cae siempre de nuevo: cuántas veces se convierte en una caricatura de
sí mismo y, en vez de ser imagen de Dios, ridiculiza al Creador. ¿No es acaso
la imagen por excelencia del hombre la de aquel que, bajando de Jerusalén a
Jericó, cayó en manos de los salteadores que lo despojaron dejándolo medio
muerto, sangrando al borde del camino? Jesús que cae bajo la cruz no es sólo un
hombre extenuado por la flagelación. El episodio resalta algo más profundo,
como dice Pablo en la carta a los Filipenses: «Él, a pesar de su condición
divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su
rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así,
actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la
muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2,
6-8). En su caída bajo el peso de la cruz aparece todo el itinerario de Jesús:
su humillación voluntaria para liberarnos de nuestro orgullo. Subraya a la vez
la naturaleza de nuestro orgullo: la soberbia que nos induce a querer
emanciparnos de Dios, a ser sólo nosotros mismos, sin necesidad del amor eterno
y aspirando a ser los únicos artífices de nuestra vida. En esta rebelión contra
la verdad, en este intento de hacernos dioses, nuestros propios creadores y
jueces, nos hundimos y terminamos por autodestruirnos. La humillación de Jesús
es la superación de nuestra soberbia: con su humillación nos ensalza. Dejemos
que nos ensalce. Despojémonos de nuestra autosuficiencia, de nuestro engañoso
afán de autonomía y aprendamos de él, del que se ha humillado, a encontrar
nuestra verdadera grandeza, humillándonos y dirigiéndonos hacia Dios y los
hermanos oprimidos.
ORACIÓN
Señor Jesús, el
peso de la cruz te ha hecho caer. El peso de nuestro pecado, el peso de nuestra
soberbia, te derriba. Pero tu caída no es signo de un destino adverso, no es la
pura y simple debilidad de quien es despreciado. Has querido venir a
socorrernos porque a causa de nuestra soberbia yacemos en tierra. La soberbia
de pensar que podemos forjarnos a nosotros mismos lleva a transformar al hombre
en una especie de mercancía, que puede ser comprada y vendida, una reserva de
material para nuestros experimentos, con los cuales esperamos superar por
nosotros mismos la muerte, mientras que, en realidad, no hacemos más que
mancillar cada vez más profundamente la dignidad humana. Señor, ayúdanos porque
hemos caído. Ayúdanos a renunciar a nuestra soberbia destructiva y, aprendiendo
de tu humildad, a levantarnos de nuevo.
Todos:
Padre nuestro…
CUARTA ESTACIÓN
Jesús se encuentra con su Madre
V /. Te adoramos oh
Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu santa
Cruz redimiste el mundo.
Lectura del
Evangelio según San Lucas 2, 34-35.51
Simeón los
bendijo y dijo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en
Israel caigan y se levanten; será una bandera discutida: así quedará clara la
actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma». Su madre
conservaba todo esto en su corazón.
MEDITACIÓN
En el Vía
crucis de Jesús está también María, su Madre. Durante su vida pública debía
retirarse para dejar que naciera la nueva familia de Jesús, la familia de sus
discípulos. También hubo de oír estas palabras: «¿Quién es mi madre y quiénes
son mis hermanos?... El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi
hermano, y mi hermana, y mi madre» (Mt 12,
48-50). Y esto muestra que ella es la Madre de Jesús no solamente en el cuerpo,
sino también en el corazón. Porque incluso antes de haberlo concebido en el
vientre, con su obediencia lo había concebido en el corazón. Se le había dicho:
«Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo... Será grande..., el Señor
Dios le dará el trono de David su padre» (Lc 1, 31 ss). Pero poco más tarde el
viejo Simeón le diría también: «y a ti, una espada te traspasará el alma» (Lc 2, 35). Esto le haría recordar
palabras de los profetas como éstas: «Maltratado, voluntariamente se humillaba
y no abría boca; como un cordero llevado al matadero» (Is 53, 7). Ahora se hace realidad. En su
corazón habrá guardado siempre la palabra que el ángel le había dicho cuando
todo comenzó: «No temas, María» (Lc 1,
30). Los discípulos han huido, ella no. Está allí, con el valor de la madre,
con la fidelidad de la madre, con la bondad de la madre, y con su fe, que
resiste en la oscuridad: «Bendita tú que has creído» (Lc 1, 45). «Pero cuando venga el Hijo del
hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?» (Lc 18, 8). Sí, ahora ya lo sabe: encontrará
fe. Éste es su gran consuelo en aquellos momentos.
ORACIÓN
Santa María,
Madre del Señor, has permanecido fiel cuando los discípulos huyeron. Al igual
que creíste cuando el ángel te anunció lo que parecía increíble –que serías la
madre del Altísimo– también has creído en el momento de su mayor humillación.
Por eso, en la hora de la cruz, en la hora de la noche más oscura del mundo, te
han convertido en la Madre de los creyentes, Madre de la Iglesia. Te rogamos
que nos enseñes a creer y nos ayudes para que la fe nos impulse a servir y dar
muestras de un amor que socorre y sabe compartir el sufrimiento.
Todos:
Padre nuestro…
QUINTA ESTACIÓN
El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz
V /. Te adoramos oh
Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu santa Cruz
redimiste el mundo.
Lectura
Evangelio según San Mateo 27, 32; 16, 24
Al salir,
encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara
la cruz.
Jesús había
dicho a sus discípulos: «El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo,
que cargue con su cruz y me siga».
MEDITACIÓN
Simón de
Cirene, de camino hacia casa volviendo del trabajo, se encuentra casualmente
con aquella triste comitiva de condenados, un espectáculo quizás habitual para
él. Los soldados usan su derecho de coacción y cargan al robusto campesino con
la cruz. ¡Qué enojo debe haber sentido al verse improvisamente implicado en el
destino de aquellos condenados! Hace lo que debe hacer, ciertamente con mucha
repugnancia. El evangelista Marcos menciona también a sus hijos, seguramente
conocidos como cristianos, como miembros de aquella comunidad (Mc 15, 21). Del encuentro involuntario ha
brotado la fe. Acompañando a Jesús y compartiendo el peso de la cruz, el
Cireneo comprendió que era una gracia poder caminar junto a este Crucificado y
socorrerlo. El misterio de Jesús sufriente y mudo le llegado al corazón. Jesús,
cuyo amor divino es lo único que podía y puede redimir a toda la humanidad,
quiere que compartamos su cruz para completar lo que aún falta a sus padecimientos
(Col 1, 24). Cada vez que
nos acercamos con bondad a quien sufre, a quien es perseguido o está indefenso,
compartiendo su sufrimiento, ayudamos a llevar la misma cruz de Jesús. Y así
alcanzamos la salvación y podemos contribuir a la salvación del mundo.
ORACIÓN
Señor, a Simón
de Cirene le has abierto los ojos y el corazón, dándole, al compartir la cruz,
la gracia de la fe. Ayúdanos a socorrer a nuestro prójimo que sufre, aunque
esto contraste con nuestros proyectos y nuestras simpatías. Danos la gracia de
reconocer como un don el poder compartir la cruz de los otros y experimentar
que así caminamos contigo. Danos la gracia de reconocer con gozo que,
precisamente compartiendo tu sufrimiento y los sufrimientos de este mundo, nos
hacemos servidores de la salvación, y que así podemos ayudar a construir tu
cuerpo, la Iglesia.
Todos:
Padre nuestro…
SEXTA ESTACIÓN
La Verónica enjuga el rostro de Jesús
V /. Te adoramos oh
Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu santa
Cruz redimiste el mundo.
Lectura del libro del profeta Isaías 53, 2-3
No tenía
figura ni belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por
los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el
cual se ocultan los rostros; despreciado y desestimado.
Del libro de los Salmos 26, 8-9
Oigo en mi
corazón: «Buscad mi rostro». Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu
rostro. No rechaces con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio; no me
deseches, no me abandones, Dios de mi salvación.
MEDITACIÓN
«Tu rostro
buscaré, Señor, no me escondas tu rostro » (Sal 26, 8-9). Verónica –Berenice, según la
tradición griega– encarna este anhelo que acomuna a todos los hombres píos del
Antiguo Testamento, el anhelo de todos los creyentes de ver el rostro de Dios.
Ella, en principio, en el Vía crucis de Jesús no hace más que prestar un
servicio de bondad femenina: ofrece un paño a Jesús. No se deja contagiar ni
por la brutalidad de los soldados, ni inmovilizar por el miedo de los
discípulos. Es la imagen de la mujer buena que, en la turbación y en la
oscuridad del corazón, mantiene el brío de la bondad, sin permitir que su
corazón se oscurezca. «Bienaventurados los limpios de corazón –había dicho el
Señor en el Sermón de la montaña–, porque verán a Dios» (Mt 5, 8). Inicialmente, Verónica ve
solamente un rostro maltratado y marcado por el dolor. Pero el acto de amor
imprime en su corazón la verdadera imagen de Jesús: en el rostro humano, lleno
de sangre y heridas, ella ve el rostro de Dios y de su bondad, que nos acompaña
también en el dolor más profundo. Únicamente podemos ver a Jesús con el
corazón. Solamente el amor nos deja ver y nos hace puros. Sólo el amor nos
permite reconocer a Dios, que es el amor mismo.
ORACIÓN
Danos, Señor,
la inquietud del corazón que busca tu rostro. Protégenos de la oscuridad del
corazón que ve solamente la superficie de las cosas. Danos la sencillez y la
pureza que nos permiten ver tu presencia en el mundo. Cuando no seamos capaces
de cumplir grandes cosas, danos la fuerza de una bondad humilde. Graba tu rostro
en nuestros corazones, para que así podamos encontrarte y mostrar al mundo tu
imagen.
Todos:
Padre nuestro…
SÉPTIMA ESTACIÓN
Jesús cae por segunda vez
V /. Te adoramos oh
Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu santa
Cruz redimiste el mundo.
Lectura del libro de las Lamentaciones 3, 1-2.9.16
Yo soy el
hombre que ha visto la miseria bajo el látigo de su furor. El me ha llevado y
me ha hecho caminar en tinieblas y sin luz. Ha cercado mis caminos con piedras
sillares, ha torcido mis senderos. Ha quebrado mis dientes con guijarro, me ha
revolcado en la ceniza.
MEDITACIÓN
La tradición de
las tres caídas de Jesús y del peso de la cruz hace pensar en la caída de Adán
–en nuestra condición de seres caídos– y en el misterio de la participación de
Jesús en nuestra caída. Ésta adquiere en la historia for-mas siempre nuevas. En
su primera carta, san Juan habla de tres obstáculos para el hombre: la
concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la
vida. Interpreta de este modo, desde la perspectiva de los vicios de su tiempo,
con todos sus excesos y perversiones, la caída del hombre y de la humanidad.
Pero podemos pensar también en cómo la cristiandad, en la historia reciente,
como cansándose de tener fe, ha abandonado al Señor: las grandes ideologías y
la superficialidad del hombre que ya no cree en nada y se deja llevar
simplemente por la corriente, han creado un nuevo paganismo, un paganismo peor
que, queriendo olvidar definitivamente a Dios, ha terminado por desentenderse
del hombre. El hombre, pues, está sumido en la tierra. El Señor lleva este peso
y cae y cae, para poder venir a nuestro encuentro; él nos mira para que
despierte nuestro corazón; cae para levantarnos.
ORACIÓN
Señor
Jesucristo, has llevado nuestro peso y continúas llevándolo. Es nuestra carga
la que te hace caer. Pero levántanos tú, porque solos no podemos
reincorporarnos. Líbranos del poder de la concupiscencia. En lugar de un
corazón de piedra danos de nuevo un corazón de carne, un corazón capaz de ver.
Destruye el poder de las ideologías, para que los hombres puedan reconocer que
están entretejidas de mentiras. No permitas que el muro del materialismo llegue
a ser insuperable. Haz que te reconozcamos de nuevo. Haznos sobrios y
vigilantes para poder resistir a las fuerzas del mal y ayúdanos a reconocer las
necesidades interiores y exteriores de los demás, a socorrerlos. Levántanos
para poder levantar a los demás. Danos esperanza en medio de toda esta
oscuridad, para que seamos portadores de esperanza para el mundo.
Todos:
Padre nuestro…
OCTAVA ESTACIÓN
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén
V /. Te adoramos oh
Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu santa
Cruz redimiste el mundo.
Lectura del
Evangelio según San Lucas 23, 28-31
Jesús se
volvió hacia ellas y les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad
por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que
dirán: «dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los
pechos que no han criado». Entonces empezarán a decirles a los montes:
«Desplomaos sobre nosotros»; y a las colinas: «Sepultadnos»; porque si así
tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?.
MEDITACIÓN
Oír a Jesús
cuando exhorta a las mujeres de Jerusalén que lo siguen y lloran por él, nos
hace reflexionar. ¿Cómo entenderlo? ¿Se tratará quizás de una advertencia ante
una piedad puramente sentimental, que no llega a ser conversión y fe vivida? De
nada sirve compadecer con palabras y sentimientos los sufrimientos de este
mundo, si nuestra vida continúa como siempre. Por esto el Señor nos advierte
del riesgo que corremos nosotros mismos. Nos muestra la gravedad del pecado y
la seriedad del juicio. No obstante todas nuestras palabras de preocupación por
el mal y los sufrimientos de los inocentes, ¿no estamos tal vez demasiado
inclinados a dar escasa importancia al misterio del mal? En la imagen de Dios y
de Jesús al final de los tiempos, ¿no vemos quizás únicamente el aspecto dulce
y amoroso, mientras descuidamos tranquilamente el aspecto del juicio? ¿Cómo podrá
Dios –pensamos– hacer de nuestra debilidad un drama? ¡Somos solamente hombres!
Pero ante los sufrimientos del Hijo vemos toda la gravedad del pecado y cómo
debe ser expiado del todo para poder superarlo. No se puede seguir quitando
importancia al mal contemplando la imagen del Señor que sufre. También él nos
dice: «No lloréis por mí; llorad más bien por vosotros... porque si así tratan
al leño verde, ¿qué pasará con el seco?».
ORACIÓN
Señor, a las
mujeres que lloran les has hablado de penitencia, del día del Juicio cuando nos
encontremos en tu presencia, en presencia del Juez del mundo. Nos llamas a
superar un concepción del mal como algo banal, con la cual nos tranquilizamos
para poder continuar nuestra vida de siempre. Nos muestras la gravedad de nuestra
responsabilidad, el peligro de encontrarnos culpables y estériles en el Juicio.
Haz que caminemos junto a ti sin limitarnos a ofrecerte sólo palabras de
compasión. Conviértenos y danos una vida nueva; no permitas que, al final, nos
quedemos como el leño seco, sino que lleguemos a ser sarmientos vivos en ti, la
vid verdadera, y que produzcamos frutos para la vida eterna (cf. Jn 15, 1-10).
Todos:
Padre nuestro…
NOVENA ESTACIÓN
Jesús cae por tercera vez
V /. Te adoramos oh
Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu santa
Cruz redimiste el mundo.
Lectura del libro de las Lamentaciones 3, 27-32
Bueno es
para el hombre soportar el yugo desde su juventud. Que se sienta solitario y
silencioso, cuando el Señor se lo impone; que ponga su boca en el polvo: quizá
haya esperanza; que tienda la mejilla a quien lo hiere, que se harte de
oprobios. Porque el Señor no desecha para siempre a los humanos: si llega a
afligir, se apiada luego según su inmenso amor.
MEDITACIÓN
¿Qué puede
decirnos la tercera caída de Jesús bajo el peso de la cruz? Quizás nos hace
pensar en la caída de los hombres, en que muchos se alejan de Cristo, en la
tendencia a un secularismo sin Dios. Pero, ¿no deberíamos pensar también en lo
que debe sufrir Cristo en su propia Iglesia? En cuántas veces se abusa del
sacramento de su presencia, y en el vacío y maldad de corazón donde entra a
menudo. ¡Cuántas veces celebramos sólo nosotros sin darnos cuenta de él!
¡Cuántas veces se deforma y se abusa de su Palabra! ¡Qué poca fe hay en muchas
teorías, cuántas palabras vacías! ¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los
que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta
soberbia, cuánta autosuficiencia! ¡Qué poco respetamos el sacramento de la
Reconciliación, en el cual él nos espera para levantarnos de nuestras caídas!
También esto está presente en su pasión. La traición de los discípulos, la
recepción indigna de su Cuerpo y de su Sangre, es ciertamente el mayor dolor
del Redentor, el que le traspasa el corazón. No nos queda más que gritarle
desde lo profundo del alma: Kyrie, eleison – Señor, sálvanos (cf Mt 8,25).
ORACIÓN
Señor,
frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace
aguas por todas partes. Y también en tu campo vemos más cizaña que trigo. Nos
abruman su atuendo y su rostro tan sucios. Pero los empañamos nosotros mismos.
Nosotros quienes te traicionamos, no obstante los gestos ampulosos y las
palabras altisonantes. Ten piedad de tu Iglesia: también en ella Adán, el
hombre, cae una y otra vez. Al caer, quedamos en tierra y Satanás se alegra,
porque espera que ya nunca podremos levantarnos; espera que tú, siendo
arrastrado en la caída de tu Iglesia, quedes abatido para siempre. Pero tú te
levantarás. Tú te has reincorporado, has resucitado y puedes levantarnos. Salva
y santifica a tu Iglesia. Sálvanos y santifícanos a todos.
Todos:
Padre nuestro..-
DÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es despojado de sus vestiduras
V /. Te adoramos oh
Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu santa
Cruz redimiste el mundo.
Lectura del
Evangelio según San Mateo 27, 33 -36
Cuando
llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir «La Calavera»), le dieron a
beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de
crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a
custodiarlo.
MEDITACIÓN
Jesús es
despojado de sus vestiduras. El vestido confiere al hombre una posición social;
indica su lugar en la sociedad, le hace ser alguien. Ser desnudado en público
significa que Jesús no es nadie, no es más que un marginado, despreciado por
todos. El momento de despojarlo nos recuerda también la expulsión del paraíso:
ha desaparecido en el hombre el esplendor de Dios y ahora se encuentra en mundo
desnudo y al descubierto, y se avergüenza. Jesús asume una vez más la situación
del hombre caído. Jesús despojado nos recuerda que todos nosotros hemos perdido
la «primera vestidura» y, por tanto, el esplendor de Dios. Al pie de la cruz
los soldados echan a suerte sus míseras pertenencias, sus vestidos. Los
evangelistas lo relatan con palabras tomadas del Salmo 21, 19 y nos indican así
lo que Jesús dirá a los discípulos de Emaús: todo se cumplió «según las
Escrituras». Nada es pura coincidencia, todo lo que sucede está dicho en la
Palabra de Dios, confirmado por su designio divino. El Señor experimenta todas
las fases y grados de la perdición de los hombres, y cada uno de ellos, no
obstante su amargura, son un paso de la redención: así devuelve él a casa la
oveja perdida. Recordemos también que Juan precisa el objeto del sorteo: la
túnica de Jesús, «tejida de una pieza de arriba abajo» (Jn 19, 23). Podemos
considerarlo una referencia a la vestidura del sumo sacerdote, que era «de una
sola pieza», sin costuras (Flavio Josefo, Ant. jud., III, 161). Éste, el Crucificado,
es de hecho el verdadero sumo sacerdote.
ORACIÓN
Señor Jesús,
has sido despojado de tus vestiduras, expuesto a la deshonra, expulsado de la
sociedad. Te has cargado de la deshonra de Adán, sanándolo. Te has cargado con
los sufrimientos y necesidades de los pobres, aquellos que están excluidos del
mundo. Pero es exactamente así como cumples la palabra de los profetas. Es así
como das significado a lo que aparece privado de significado. Es así como nos
haces reconocer que tu Padre te tiene en sus manos, a ti, a nosotros y al
mundo. Concédenos un profundo respeto hacia el hombre en todas las fases de su
existencia y en todas las situaciones en las cuales lo encontramos. Danos el
traje de la luz de tu gracia.
Todos:
Padre nuestro…
UNDÉCIMA ESTACIÓN
Jesús clavado en la cruz
V /. Te adoramos oh
Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu santa
Cruz redimiste el mundo.
Lectura del
Evangelio según San Mateo 7, 37-42
Encima de la
cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Este es Jesús, el Rey de los
judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la
izquierda. Los que pasaban, lo injuriaban y decían meneando la cabeza: «Tú que
destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres
Hijo de Dios, baja de la cruz». Los sumos sacerdotes con los letrados y los
senadores se burlaban también diciendo: «A otros ha salvado y él no se puede
salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos».
MEDITACIÓN
Jesús es
clavado en la cruz. La Sábana Santa de Turín nos permite hacernos una idea de
la increíble crueldad de este procedimiento. Jesús no bebió el calmante que le
ofrecieron: asume conscientemente todo el dolor de la crucifixión. Su cuerpo
está martirizado; se han cumplido las palabras del Salmo: «Yo soy un gusano, no
un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo» (Sal 21, 27). «Como uno ante quien se
oculta el rostro, era despreciado... Y con todo eran nuestros sufrimientos los
que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba» (Is 53, 3 ss). Detengámonos ante esta
imagen de dolor, ante el Hijo de Dios sufriente. Mirémosle en los momentos de
satisfacción y gozo, para aprender a respetar sus límites y a ver la
superficialidad de todos los bienes puramente materiales. Mirémosle en los
momentos de adversidad y angustia, para reconocer que precisamente así estamos
cerca de Dios. Tratemos de descubrir su rostro en aquellos que tendemos a
despreciar. Ante el Señor condenado, que no quiere usar su poder para descender
de la cruz, sino que más bien soportó el sufrimiento de la cruz hasta el final,
podemos hacer aún otra reflexión. Ignacio de Antioquia, encadenado por su fe en
el Señor, elogió a los cristianos de Esmirna por su fe inamovible: dice que
estaban, por así decir, clavados con la carne y la sangre a la cruz del Señor
Jesucristo (1,1). Dejémonos clavar a él, no cediendo a ninguna tentación de
apartarnos, ni a las burlas que nos inducen a darle la espalda.
ORACIÓN
Señor
Jesucristo, te has dejado clavar en la cruz, aceptando la terrible crueldad de
este dolor, la destrucción de tu cuerpo y de tu dignidad. Te has dejado clavar,
has sufrido sin evasivas ni compromisos. Ayúdanos a no desertar ante lo que
debemos hacer. A unirnos estrechamente a ti. A desenmascarar la falsa libertad que
nos quiere alejar de ti. Ayúdanos a aceptar tu libertad «comprometida» y a
encontrar en la estrecha unión contigo la verdadera libertad.
Todos:
Padre nuestro…
DUODÉCIMA ESTACIÓN
Jesús muere en la cruz
V /. Te adoramos oh
Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu santa
Cruz redimiste el mundo.
Lectura del
Evangelio según San Juan 19, 19-20
Pilato
escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús
el Nazareno, el Rey de los judíos». Leyeron el letrero muchos judíos, estaba
cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y
griego.
Del Evangelio
según San Mateo 27, 45-50. 54
Desde el
mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A
media tarde Jesús gritó: «Elí, Elí lamá sabaktaní», es decir: «Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?» Al oírlo algunos de los que estaban por allí
dijeron: «A Elías llama éste». Uno de ellos fue corriendo; enseguida cogió una
esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los
demás decían: «Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo». Jesús, dio otro grito
fuerte y exhaló el espíritu. El centurión y sus hombres, que custodiaban a
Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados: «Realmente
éste era Hijo de Dios».
MEDITACIÓN
Sobre la cruz
–en las dos lenguas del mundo de entonces, el griego y el latín, y en la lengua
del pueblo elegido, el hebreo– está escrito quien es Jesús: el Rey de los
judíos, el Hijo prometido de David. Pilato, el juez injusto, ha sido profeta a
su pesar. Ante la opinión pública mundial se proclama la realeza de Jesús. Él
mismo había declinado el título de Mesías porque habría dado a entender una
idea errónea, humana, de poder y salvación. Pero ahora el título puede aparecer
escrito públicamente encima del Crucificado. Efectivamente, él es
verdaderamente el rey del mundo. Ahora ha sido realmente «ensalzado». En su
descendimiento, ascendió. Ahora ha cumplido radicalmente el mandamiento del
amor, ha cumplido el ofrecimiento de sí mismo y, de este modo, manifiesta al
verdadero Dios, al Dios que es amor. Ahora sabemos que es Dios. Sabemos cómo es
la verdadera realeza. Jesús recita el Salmo 21, que comienza con estas
palabras: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Sal 21, 2). Asume en sí a todo el Israel
sufriente, a toda la humanidad que padece, el drama de la oscuridad de Dios,
manifestando de este modo a Dios justamente donde parece estar definitivamente
vencido y ausente. La cruz de Jesús es un acontecimiento cósmico. El mundo se
oscurece cuando el Hijo de Dios padece la muerte. La tierra tiembla. Y junto a
la cruz nace la Iglesia en el ámbito de los paganos. El centurión romano
reconoce y entiende que Jesús es el Hijo de Dios. Desde la cruz, él triunfa
siempre de nuevo.
ORACIÓN
Señor
Jesucristo, en la hora de tu muerte se oscureció el sol. Constantemente estás
siendo clavado en la cruz. En este momento histórico vivimos en la oscuridad de
Dios. Por el gran sufrimiento, y por la maldad de los hombres, el rostro de
Dios, tu rostro, aparece difuminado, irreconocible. Pero en la cruz te has
hecho reconocer. Porque eres el que sufre y el que ama, eres el que ha sido
ensalzado. Precisamente desde allí has triunfado. En esta hora de oscuridad y
turbación, ayúdanos a reconocer tu rostro. A creer en ti y a seguirte en el
momento de la necesidad y de las tinieblas. Muéstrate de nuevo al mundo en esta
hora. Haz que se manifieste tu salvación.
Todos:
Padre nuestro…
DECIMOTERCERA ESTACIÓN
Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre
V /. Te adoramos oh
Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu santa
Cruz redimiste el mundo.
Lectura del
Evangelio según San Mateo 27, 54-55
El centurión
y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba
dijeron aterrorizados: «Realmente éste era Hijo de Dios». Había allí muchas
mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde
Galilea para atenderle.
MEDITACIÓN
Jesús está
muerto, de su corazón traspasado por la lanza del soldado romano mana sangre y
agua: misteriosa imagen del caudal de los sacramentos, del Bautismo y de la
Eucaristía, de los cuales, por la fuerza del corazón traspasado del Señor,
renace siempre la Iglesia. A él no le quiebran las piernas como a los otros dos
crucificados; así se manifiesta como el verdadero cordero pascual, al cual no
se le debe quebrantar ningún hueso (cf Ex 12, 46). Y ahora que ha soportado
todo, se ve que, a pesar de toda la turbación del corazón, a pesar del poder
del odio y de la ruindad, él no está solo. Están los fieles. Al pie de la cruz
estaba María, su Madre, la hermana de su Madre, María, María Magdalena y el
discípulo que él amaba. Llega también un hombre rico, José de Arimatea: el rico
logra pasar por el ojo de la aguja, porque Dios le da la gracia. Entierra a
Jesús en su tumba aún sin estrenar, en un jardín: donde Jesús es enterrado, el
cementerio se transforma en un vergel, el jardín del que había sido expulsado
Adán cuando se alejó de la plenitud de la vida, de su Creador. El sepulcro en
el jardín manifiesta que el dominio de la muerte está a punto de terminar. Y
llega también un miembro del Sanedrín, Nicodemo, al que Jesús había anunciado
el misterio del renacer por el agua y el Espíritu. También en el sanedrín, que
había decidido su muerte, hay alguien que cree, que conoce y reconoce a Jesús
después de su muerte. En la hora del gran luto, de la gran oscuridad y de la
desesperación, surge misteriosamente la luz de la esperanza. El Dios escondido
permanece siempre como Dios vivo y cercano. También en la noche de la muerte,
el Señor muerto sigue siendo nuestro Señor y Salvador. La Iglesia de
Jesucristo, su nueva familia, comienza a formarse.
ORACIÓN
Señor, has
bajado hasta la oscuridad de la muerte. Pero tu cuerpo es recibido por manos
piadosas y envuelto en una sábana limpia (Mt 27, 59). La fe no ha muerto del todo,
el sol no se ha puesto totalmente. Cuántas veces parece que estés durmiendo.
Qué fácil es que nosotros, los hombres, nos alejemos y nos digamos a nosotros
mismos: Dios ha muerto. Haz que en la hora de la oscuridad reconozcamos que tú
estás presente. No nos dejes solos cuando nos aceche el desánimo. Y ayúdanos a
no dejarte solo. Danos una fidelidad que resista en el extravío y un amor que
te acoja en el momento de tu necesidad más extrema, como tu Madre, que te
arropa de nuevo en su seno. Ayúdanos, ayuda a los pobres y a los ricos, a los
sencillos y a los sabios, para poder ver por encima de los miedos y prejuicios,
y te ofrezcamos nuestros talentos, nuestro corazón, nuestro tiempo, preparando
así el jardín en el cual puede tener lugar la resurrección.
Todos:
Padre nuestro…
DECIMOCUARTA ESTACIÓN
Jesús es puesto en el sepulcro
V /. Te adoramos oh
Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu santa
Cruz redimiste el mundo.
Lectura del
Evangelio según San Mateo 27, 59-61
José,
tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el
sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la
entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron
allí sentadas enfrente del sepulcro.
MEDITACIÓN
Jesús,
deshonrado y ultrajado, es puesto en un sepulcro nuevo con todos los honores.
Nicodemo lleva una mezcla de mirra y áloe de cien libras para difundir un
fragante perfume. Ahora, en la entrega del Hijo, como ocurriera en la unción de
Betania, se manifiesta una desmesura que nos recuerda el amor generoso de Dios,
la «sobreabundancia» de su amor. Dios se ofrece generosamente a sí mismo. Si la
medida de Dios es la sobreabundancia, también para nosotros nada debe ser
demasiado para Dios. Es lo que Jesús nos ha enseñado en el Sermón de la montaña
(Mt 5, 20). Pero es
necesario recordar también lo que san Pablo dice de Dios, el cual «por nuestro
medio difunde en todas partes el olor de su conocimiento. Pues nosotros somos
[...] el buen olor de Cristo» (2 Co 2,
14-15). En la descomposición de las ideologías, nuestra fe debería ser una vez
más el perfume que conduce a las sendas de la vida. En el momento de su
sepultura, comienza a realizarse la palabra de Jesús: « Si el grano de trigo no
cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, dará mucho fruto» (Jn 12, 24). Jesús es el grano de trigo
que muere. Del grano de trigo enterrado comienza la gran multiplicación del pan
que dura hasta el fin de los tiempos: él es el pan de vida capaz de saciar
sobreabundantemente a toda la humanidad y de darle el sustento vital: el Verbo
de Dios, que es carne y también pan para nosotros, a través de la cruz y la
resurrección. Sobre el sepulcro de Jesús resplandece el misterio de la
Eucaristía.
ORACIÓN
Señor
Jesucristo, al ser puesto en el sepulcro has hecho tuya la muerte del grano de
trigo, te has hecho el grano de trigo que muere y produce fruto con el paso del
tiempo hasta la eternidad. Desde el sepulcro iluminas para siempre la promesa
del grano de trigo del que procede el verdadero maná, el pan de vida en el cual
te ofreces a ti mismo. La Palabra eterna, a través de la encarnación y la
muerte, se ha hecho Palabra cercana; te pones en nuestras manos y entras en
nuestros corazones para que tu Palabra crezca en nosotros y produzca fruto. Te
das a ti mismo a través de la muerte del grano de trigo, para que también
nosotros tengamos el valor de perder nuestra vida para encontrarla; a fin de
que también nosotros confiemos en la promesa del grano de trigo. Ayúdanos a
amar cada vez más tu misterio eucarístico y a venerarlo, a vivir verdaderamente
de ti, Pan del cielo. Auxílianos para que seamos tu perfume y hagamos visible
la huella de tu vida en este mundo. Como el grano de trigo crece de la tierra
como retoño y espiga, tampoco tú podías permanecer en el sepulcro: el sepulcro
está vacío porque él –el Padre– no te «entregó a la muerte, ni tu carne conoció
la corrupción» (Hch 2, 31;
Sal 15, 10). No, tú no has conocido la corrupción. Has resucitado y has abierto
el corazón de Dios a la carne transformada. Haz que podamos ale-grarnos de esta
esperanza y llevarla gozosamente al mundo, para ser de este modo testigos de tu
resurrección.
Todos:
Padre nuestro..