SALUDO DEL OBISPO
LA CUMBRE POR LA PAZ
Barrancabermeja, mayo
16 de 2016
Club Infantas
Un cordial saludo.
Inicialmente
solicitaron una ponencia en este encuentro que decliné porque estoy viajando
continuamente a visitar comunidades, algunas muy distantes, que impide
concentrarme en un tema específico; además, estoy admirado de la producción científica de los
últimos años sobre los temas de historia del conflicto armado colombiano y de
otros conflictos, de la paz, de los acuerdos de la Habana, del posconflicto; son
estudios muy serios, muy densos, de personalidades, universidades e
instituciones de altísimo prestigio académico, que hablan de la importancia del
momento presente, que analizan en profundidad los temas que tratan, formulan
serias y serenas críticas y muestran horizontes para avanzar y no dispongo del
tiempo necesario para el estudio y
reflexión del tema asignado; por honestidad no acepté.
Quiero agradecer, de
una manera muy particular, a la academia en palabras de Alejo Vargas, amigo a
quien aprecio muchísimo, por la conciencia que tiene de no poder ser
indiferente al renovado esfuerzo de poner fin a uno de los grandes problemas
nacionales por la vía del diálogo[1] y afirmar categóricamente que es al
triunfo del perdón y la reconciliación sobre el odio y la venganza a lo que
debemos apuntarle todos los colombianos: al triunfo del futuro sobre los
rezagos del pasado[2].
También un
agradecimiento muy especial a los grupos y movimientos sociales del Magdalena
Medio, muchos de ellos nacidos de los grupos de la pastoral social de la
Diócesis de Barrancabermeja y al madurar en su ser y actuar se independizaron,
para satisfacción nuestra, y se lanzaron para ser sujetos de historia,
manteniendo lazos de amistad con sus orígenes; gracias también a todos los
grupos sociales que nacieron impulsados por el Programa de Desarrollo y Paz del
Magdalena Medio y hoy son fuerza en la construcción de sus comunidades.
Todos estos grupos
tienen una de las características que Freire enumera cuando habla del hombre,
ser en el mundo y con el mundo: la conciencia crítica.
Es uno de los tesoros
que constato en la conversación sencilla con los líderes campesinos y urbanos
que ante los grandes problemas de sus comunidades y regiones han asumido la
responsabilidad de analizarlos, enfrentarlos y organizarse, de forma no
violenta, para vencerlos.
Es maravilloso
constatar en ellos, como dice Freire que lo
propio del hombre como conciencia de sí y conciencia del mundo, es estar en
relación de enfrentamiento con la realidad en la que históricamente se dan las
situaciones límites[3].
Estas situaciones límites son como las barreras que impiden
avanzar, son superadas por el hombre, en cuanto él logra captarlas
perfectamente y ver detrás de ellas el inédito viable que puede ser alcanzado
en la medida en que el hombre, las afronte con acciones límite[4].
Para afrontar las
acciones límite, Freire no acude al pensamiento marxista de la violencia, sino
a la teología utópica como una unidad entre anuncio y denuncia. Denuncia de las estructuras deshumanizantes
y anuncio que no puede realizarse fuera del compromiso de las estructuras en
las que los hombres, puedan ser más, sonreír, cantar, crear, recrear [5].
Para él la fe no puede
entenderse como la huida hacia los cielos, sino por el contrario, como una
inmersión, gracias a la fe, en las realidades temporales, para saltar hacia
adentro, en los contenidos latentes y asumir el amor como herramienta de
liberación.
Quiero también rendir
un homenaje a las víctimas del conflicto armado en el Magdalena Medio. Fue una
barbarie que destruyó vidas, familias, regiones. Fueron tiempos de indecible
dolor y de impotencia. Fueron víctimas del ejército, de la policía y de otros
organismos del Estado, de las guerrillas de la FARC - EP, del EPL y del ELN, los paramilitares y últimamente las Bacrim.
Los violentos
ocultaron la verdad, prohibieron llorar los muertos y quisieron sacarlos de la
memoria de sus seres queridos, no lo lograron porque ellos y ellas no solo
están en el recuerdo de los seres más cercanos, sino en la memoria histórica de
las regiones.
El Representante Iván
Cepeda afirma: en las mesas regionales de
paz, las víctimas expresaron en forma mayoritaria que
están dispuestas a otorgar el perdón por las agresiones y ultrajes que han
recibido, así como aceptar la posibilidad de suspender las penas o de crear
penas alternativas, siempre y cuando esto sea el resultado de una serie de
acciones emprendidas por quienes serían beneficiados: confesión plena de la
verdad, y colaboración para recaudar
información sobre otros hechos de violencia, desmantelar las estructuras
generadoras de violencia, restaurar el buen nombre de las víctimas y aportar a
la reparación integral[6].
Saludo también a los
grupos y delegaciones de distintas regiones que nos acompañan con la dignidad
de quienes han hecho resistencia a los violentos, ofrendado también sus vidas,
propiedades y tierras en aras de la paz y hoy, regresan a sus territorios o
permanecen en ellos para reclamar lo que es propio y para construir desde sus
identidades la paz regional.
He querido hacer
alusión a estos temas por la importancia que tienen los territorios en el
posconflicto.
León Valencia y Camila
Obando[7]
hacen notar la importancia de los territorios en donde la sociedad comienza a
apoyar el proceso de paz y en donde se pueden observar una serie de victorias
tempranas. Es en los territorios donde el llamado Plan de choque, mediante acciones institucionales, permite crear
confianza y ganar legitimidad al Estado e impedir el desarrollo de factores que
promuevan una nueva ola de violencia.
Es en el territorio
donde debe darse el paso del abandono de la cohesión como mecanismo de relacionamiento
entre el gobierno y un grupo de ciudadanos, a la construcción de confianza y
redes de apoyo públicas y es allí mismo donde debe realizarse la disolución de
las redes de confianza segregadas y la creación de nuevas redes de confianza
políticamente conectadas.
Es en el territorio y
en los grupos de población afectados directa o indirectamente por el conflicto,
donde se configuran escenarios de reconciliación y de participación
fundamentados en la incorporación de esas poblaciones a la actividad económica,
social y política de la nación, con objetivos de inclusión, equidad y
crecimiento. De esa manera, la Paz es condición y motor de progreso a la vez,
en las regiones afectadas[8]
Es fundamental que en
el territorio se puedan sentir las
reformas estructurales, con una presencia fuerte del Estado porque como afirma
Claudia López sin Estado no hay
democracia y es un Estado que debe responder a cerca de los catorce
millones de campesinos que no lo tienen[9].
Sin las organizaciones
populares y la vinculación cada vez mayor de los campesinos y ciudadanos, en
los respectivos territorios, el posconflicto no será una realidad, ya que es un proceso de transformación social
integral, donde es esencial la creación de una cultura de paz y convivencia
humana, como la reconstrucción de las condiciones institucionales y materiales
para hacerla viable y sostenida en el largo plazo[10].
Los poetas son, a mi
modo de ver, quienes mejor leen en la profundidad de la realidad los procesos y
caminos de los pueblos, comunidades y personas, por eso, quiero citar un
párrafo de William Ospina en su libro De La Habana a la Paz[11]:
Hace poco, en una Universidad del país, una joven me dijo que
no veía motivos para tener esperanzas en Colombia, que no advertía ante sí más
que un país desgarrado y un futuro imposible. Le respondí con sinceridad que el
futuro de Colombia es esperanzador e incluso magnífico. Decirlo suena ilusión o
a burla, en estos tiempos de extrema desconfianza, de creciente desesperación,
pero yo sólo veo motivos para confiar en Colombia. Es uno de los países más
lleno de vitalidad que puedan encontrarse, es un país rebelde, insumiso,
abundante en individualidades poderosas, rico en recursos naturales, rico en
etnias, en lenguas, en culturas.
Alguien responderá que esa vitalidad la gastamos en
agresividad, esa rebeldía en terror, esa insumisión en delincuencia, esa
individualidad en egoísmos; esos recursos naturales estimulan la rapacidad y el
conflicto; que nos agobia el racismo, la incomunicación y la intolerancia.
Y yo me apresuro a responder que es la falta de una dirigencia
adecuada al país y de una ciudadanía comprometida con él lo que convierte
tantas cosas positivas en defectos y problemas.
Bastarán unas cuantas ideas renovadoras, una nueva dirigencia
empeñada en echarlas a andar y una comunidad comprometida con ellas, para que
toda la vitalidad de Colombia debe de resolverse en colisiones interpersonales
y se convierta en impulso transformador, para que la rebeldía se manifieste en
carácter y en criterio, para que la insumisión se resuelva en orgullo y en
dignidad, para que el individualismo se trasforme en originalidad, para que
aprovechemos ejemplarmente la abundancia de nuestros recursos en función del
planeta y del futuro, para que este conflictivo mestizaje se revele como
escenario de diálogos fecundos entre tradiciones diversas, para que la
pluralidad de las lenguas y de culturas hechicen al mundo con la riqueza de sus
matices y con la vibración de sus ritmos.
Hay países que han sufrido más que el nuestro, hay países que
han vivido guerras más despiadadas, y siempre han encontrado su reconciliación
y su camino. Por eso la desesperación o el desánimo revelan sobre todo ignorancia
de la historia y desconocimiento de los antiguos desafíos de la condición
humana, pero son también excusa para no actuar, para no asumirnos como parte
entusiasta de la solución. Hasta aquí el poeta.
No podemos olvidar que
estamos frente a una tragedia y conflicto
de alta intensidad pues se trata de un evento gravísimo de persistente
confrontación humana que ha causado muerte, destrucción, sufrimiento extremo,
desarraigo masivo, despojo y anomía institucional a gran escala y por muchos años[12].
Yo estoy convencido
que la paz es difícil y que la paz es posible y tenemos que apostarle es a la
paz; tenemos los recursos internos y externos para construir un país de todos,
igualitario, justo, incluyente, fraterno.
Desde nuestra fe en el
Señor Jesús, estamos convencidos que la
paz es un don de Dios confiado a los hombres y este jamás está dispensado de su
responsabilidad de buscarla y de esforzarse por establecerla a través de
esfuerzos personales y comunitarios a lo largo de la historia. El don de la paz
es siempre, a la vez, una conquista y una realización humana, porque es
propuesto al hombre para ser recibido libremente y puesto en práctica
progresivamente con su voluntad creadora[13],
que se expresa de múltiples manera y privilegia el diálogo en su compromiso por
hacerla realidad.
No se pueda
llegar a una paz estable como fruto de un final con vencedores y vencidos. La
paz impuesta por las armas ha de ser desechada con firme decisión, porque quien
ha sido vencido y humillado, es, en cierta medida, un daño real inmediato
también para el vencedor[14].
La historia está llena de ejemplos de cómo en la firma de la paz de los
vencidos, ya está inscrita la continuación de un conflicto más feroz. Sin el
diálogo la paz nunca será posible.
Consideramos
que el diálogo exige la comprensión hacia el hombre.
Ø
Pablo VI hacía notar que: “Antes de hablar
es necesario no solamente escuchar la voz del hombre, sino también su corazón”[15].
Ø
El diálogo es, además, un medio para buscar
la verdad. Él rompe los prejuicios y las barreras artificiales.
Ø
El diálogo, dice Juan Pablo II, lleva a los
seres humanos a un contraste mutuo como miembros de la única familia humana con
todas las riquezas de su diversidad cultural e histórica.
Ø
Se necesita un cambio de actitud, una
conversión interna que impulse a las personas a promover la fraternidad
universal y el diálogo debe ayudar a este objetivo[16].
Así como el
diálogo es el camino para una paz estable, la violencia, por el contrario destruye lo que pretende crear, tanto cuando
pretende mantener los privilegios de la sociedad, como cuando intenta imponer
las transformaciones necesarias[17]
En este aquí y ahora
de nuestra historia:
Creo que el momento
actual que vive el país es único e irrepetible y que la mejor opción que
tenemos es el SÍ a los Acuerdos de La Habana.
Creo también en la
grandeza de víctimas y victimarios, porque en el fondo de cada ser humano hay
un destello de bondad y la posibilidad de escuchar la propia conciencia que
dice haz el bien y evita el mal.
Creo en la fortaleza
del pueblo colombiano que ha resistido los dolorosos tiempos del pasado y hoy
mira y se organiza para vivir etapas nuevas de la historia de Colombia.
Creo en un país que es tolerante, respeta las
diferencias religiosas, sociales, políticas y económicas de los demás y permite
expresarlas libremente.
Creo que siempre el
bien triunfará.
Creo que la reconciliación como un proceso que
nace de la iniciativa de Dios y puede corroborar y ofrecer sólido fundamento de
que la reconciliación comienza por las víctimas. La experiencia de la
misericordia y el amor de Dios dan la fortaleza y el coraje necesarios para
tender nuevamente la mano con confianza y reparar los estragos causados por la
mentira[18].
Creo, también, que el amor de Dios derramado sobre nosotros
como resultado de la reconciliación que Él mismo ha llevado a cabo en Cristo,
hace tanto a las víctimas como a los agresores criaturas nuevas y nos hace
hermanos y constructores de un mundo nuevo, tras las huellas del Señor Jesús.
Por eso, como Obispo
de esta Diócesis de Barrancabermeja, respeto profundamente las opciones
personales y afirmo que la Diócesis de Barrancabermeja apoya los Acuerdos de La
Habana y ofrezco la colaboración diocesana a los procesos del postconflicto. Veo
también con esperanza los diálogos con el ELN.
Como Obispo no impongo
a nadie orientaciones, pero yo como
Obispo y ciudadano colombiano daré el SÍ a la refrendación de estos Acuerdos,
porque estoy convencido que cada uno de nosotros tiene que ser constructor de
paz y que en el momento actual ellos (los Acuerdos de La Habana) nos ofrecen el
mejor camino posible para la construcción de la paz.
Permítanme terminar
este saludo con la oración de San Francisco de Asís:
Señor, haz de mí un instrumento de tu
paz.
Que allá donde hay odio, yo ponga el
amor.
Que allá donde hay ofensa, yo ponga el
perdón.
Que allá donde hay discordia, yo
ponga la unión.
Que allá donde hay error, yo ponga la
verdad.
Que allá donde hay duda, yo ponga la
Fe.
Que allá donde desesperación, yo
ponga la esperanza.
Que allá donde hay tinieblas, yo
ponga la luz.
Que allá donde hay tristeza, yo ponga
la alegría.
Oh Señor, que yo no busque tanto ser
consolado, cuanto consolar,
ser comprendido, cuanto comprender,
ser amado, cuanto amar.
Porque es dándose como se recibe,
es olvidándose de sí mismo como uno
se encuentra a sí mismo,
es perdonando, como se es perdonado,
es muriendo como se resucita a la
vida eterna.
[1] Alejo
Vargas, Editor, Diálogos de La Habana: Miradas Múltiples desde la Universidad;
Centro de Pensamiento Y Seguimiento al Diálogo de Paz, Universidad Nacional,
Bogotá, 2013, pág. 13
[2] O.c., pág 9
[3] Freire, 1971 m 69
[4] Freire P., o.c., pág. 68
[5]
Freire, P. Cambio, Ed. América Latina, Bogotá, 1972, pág. 303
[6] Cepeda
Iván, Justicia transicional para la democracia, en Alejo Vargas Ed., Diálogos
de la Habana: Miradas múltiples desde la Universidad, Pág. 272.
[7] Cfr.
Valencia León / Ávila Ariel, los retos del posconflicto, Ed. Ediciones B
Colombia, Bogotá, 2016. Pág, 14.
[8]
Cfr. Morales Jairo, Morales Jairo, ¿Qué es el postconflicto? Colombia después
de la guerra, Ed. Ediciones de Colombia, Bogotá, 2015.
[9]
Cfr. López Claudia, ¡Adiós a las FARC! ¿Y ahora qué?, Ed. Penguin Ramdom Home,
Bogotá, 2016.
[10]
Morales Jairo, ¿Qué es el postconflicto? Colombia después de la guerra, Ed. Ediciones
de Colombia, Bogotá, 2015, Contracarátula.
[11]
Ospina William, De La Habana a la Paz, Ed. Penguin Ramdom Home, Bogotá, 2016, Pág. 11
[12] Morales Jairo, o.c., pág. 67
[13]
Juan Pablo II, Jornada Mundial por la Paz, 1982, La paz, don de Dios confiado a
los hombres, No. 289
[14] Cfr. Pablo VI, El Desarrollo de los Pueblos,
n.76
[15] Cfr. Pablo VI,
Ecclesiam Suam n.80
[16] Cfr. Juan Pablo II(, Mensaje
para la Jornada Mundial de la Paz 1985
[17]
Juan Pablo II, Discurso a los obreros en Sao Paulo, Brasil, 3 – 7 - 1980
[18]
Scheiter Robert, Violencia y reconciliación, Ed. Sal Terrae, Santander, 1992,
págs 68 y 69