jueves, 19 de mayo de 2016



SALUDO DEL OBISPO
LA CUMBRE POR LA PAZ
Barrancabermeja, mayo 16 de 2016
Club Infantas

Un cordial saludo.

Inicialmente solicitaron una ponencia en este encuentro que decliné porque estoy viajando continuamente a visitar comunidades, algunas muy distantes, que impide concentrarme en un tema específico; además, estoy  admirado de la producción científica de los últimos años sobre los temas de historia del conflicto armado colombiano y de otros conflictos, de la  paz, de los  acuerdos de la Habana, del posconflicto; son estudios muy serios, muy densos, de personalidades, universidades e instituciones de altísimo prestigio académico, que hablan de la importancia del momento presente, que analizan en profundidad los temas que tratan, formulan serias y serenas críticas y muestran horizontes para avanzar y no dispongo del tiempo necesario  para el estudio y reflexión del tema asignado; por honestidad no acepté.

Quiero agradecer, de una manera muy particular, a la academia en palabras de Alejo Vargas, amigo a quien aprecio muchísimo, por la conciencia que tiene de no poder ser indiferente al renovado esfuerzo de poner fin a uno de los grandes problemas nacionales por la vía del diálogo[1]  y afirmar categóricamente que es  al triunfo del perdón y la reconciliación sobre el odio y la venganza a lo que debemos apuntarle todos los colombianos: al triunfo del futuro sobre los rezagos del pasado[2].

También un agradecimiento muy especial a los grupos y movimientos sociales del Magdalena Medio, muchos de ellos nacidos de los grupos de la pastoral social de la Diócesis de Barrancabermeja y al madurar en su ser y actuar se independizaron, para satisfacción nuestra, y se lanzaron para ser sujetos de historia, manteniendo lazos de amistad con sus orígenes; gracias también a todos los grupos sociales que nacieron impulsados por el Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio y hoy son fuerza en la construcción de sus comunidades.

Todos estos grupos tienen una de las características que Freire enumera cuando habla del hombre, ser en el mundo y con el mundo: la conciencia crítica.

Es uno de los tesoros que constato en la conversación sencilla con los líderes campesinos y urbanos que ante los grandes problemas de sus comunidades y regiones han asumido la responsabilidad de analizarlos, enfrentarlos y organizarse, de forma no violenta, para vencerlos.

Es maravilloso constatar en ellos, como dice Freire que lo propio del hombre como conciencia de sí y conciencia del mundo, es estar en relación de enfrentamiento con la realidad en la que históricamente se dan las situaciones límites[3].

Estas situaciones límites son como las barreras que impiden avanzar, son superadas por el hombre, en cuanto él logra captarlas perfectamente y ver detrás de ellas el inédito viable que puede ser alcanzado en la medida en que el hombre, las afronte con acciones límite[4].

Para afrontar las acciones límite, Freire no acude al pensamiento marxista de la violencia, sino a la teología utópica como una unidad entre anuncio y denuncia. Denuncia de las estructuras deshumanizantes y anuncio que no puede realizarse fuera del compromiso de las estructuras en las que los hombres, puedan ser más, sonreír, cantar, crear, recrear [5].

Para él la fe no puede entenderse como la huida hacia los cielos, sino por el contrario, como una inmersión, gracias a la fe, en las realidades temporales, para saltar hacia adentro, en los contenidos latentes y asumir el amor como herramienta de liberación.

Quiero también rendir un homenaje a las víctimas del conflicto armado en el Magdalena Medio. Fue una barbarie que destruyó vidas, familias, regiones. Fueron tiempos de indecible dolor y de impotencia. Fueron víctimas del ejército, de la policía y de otros organismos del Estado, de las guerrillas de la FARC - EP,  del EPL y del ELN,  los paramilitares y últimamente las Bacrim.

Los violentos ocultaron la verdad, prohibieron llorar los muertos y quisieron sacarlos de la memoria de sus seres queridos, no lo lograron porque ellos y ellas no solo están en el recuerdo de los seres más cercanos, sino en la memoria histórica de las regiones.

El Representante Iván Cepeda afirma: en las mesas regionales de paz, las víctimas expresaron en forma mayoritaria  que están dispuestas a otorgar el perdón por las agresiones y ultrajes que han recibido, así como aceptar la posibilidad de suspender las penas o de crear penas alternativas, siempre y cuando esto sea el resultado de una serie de acciones emprendidas por quienes serían beneficiados: confesión plena de la verdad,  y colaboración para recaudar información sobre otros hechos de violencia, desmantelar las estructuras generadoras de violencia, restaurar el buen nombre de las víctimas y aportar a la reparación integral[6].

Saludo también a los grupos y delegaciones de distintas regiones que nos acompañan con la dignidad de quienes han hecho resistencia a los violentos, ofrendado también sus vidas, propiedades y tierras en aras de la paz y hoy, regresan a sus territorios o permanecen en ellos para reclamar lo que es propio y para construir desde sus identidades la paz regional.

He querido hacer alusión a estos temas por la importancia que tienen los territorios en el posconflicto.

León Valencia y Camila Obando[7] hacen notar la importancia de los territorios en donde la sociedad comienza a apoyar el proceso de paz y en donde se pueden observar una serie de victorias tempranas. Es en los territorios donde el llamado Plan de choque, mediante acciones institucionales, permite crear confianza y ganar legitimidad al Estado e impedir el desarrollo de factores que promuevan una nueva ola de violencia.

Es en el territorio donde debe darse el paso del abandono de la cohesión como mecanismo de relacionamiento entre el gobierno y un grupo de ciudadanos, a la construcción de confianza y redes de apoyo públicas y es allí mismo donde debe realizarse la disolución de las redes de confianza segregadas y la creación de nuevas redes de confianza políticamente conectadas.

Es en el territorio y en los grupos de población afectados directa o indirectamente por el conflicto, donde se configuran escenarios de reconciliación y de participación fundamentados en la incorporación de esas poblaciones a la actividad económica, social y política de la nación, con objetivos de inclusión, equidad y crecimiento. De esa manera, la Paz es condición y motor de progreso a la vez, en las regiones afectadas[8]

Es fundamental que en el territorio se puedan  sentir las reformas estructurales, con una presencia fuerte del Estado porque como afirma Claudia López sin Estado no hay democracia y es un Estado que debe responder a cerca de los catorce millones de campesinos que no lo tienen[9].

Sin las organizaciones populares y la vinculación cada vez mayor de los campesinos y ciudadanos, en los respectivos territorios, el posconflicto no será una realidad, ya que es un proceso de transformación social integral, donde es esencial la creación de una cultura de paz y convivencia humana, como la reconstrucción de las condiciones institucionales y materiales para hacerla viable y sostenida en el largo plazo[10].

Los poetas son, a mi modo de ver, quienes mejor leen en la profundidad de la realidad los procesos y caminos de los pueblos, comunidades y personas, por eso, quiero citar un párrafo de William Ospina en su libro De La Habana a la Paz[11]:

Hace poco, en una Universidad del país, una joven me dijo que no veía motivos para tener esperanzas en Colombia, que no advertía ante sí más que un país desgarrado y un futuro imposible. Le respondí con sinceridad que el futuro de Colombia es esperanzador e incluso magnífico. Decirlo suena ilusión o a burla, en estos tiempos de extrema desconfianza, de creciente desesperación, pero yo sólo veo motivos para confiar en Colombia. Es uno de los países más lleno de vitalidad que puedan encontrarse, es un país rebelde, insumiso, abundante en individualidades poderosas, rico en recursos naturales, rico en etnias, en lenguas, en culturas.

Alguien responderá que esa vitalidad la gastamos en agresividad, esa rebeldía en terror, esa insumisión en delincuencia, esa individualidad en egoísmos; esos recursos naturales estimulan la rapacidad y el conflicto; que nos agobia el racismo, la incomunicación y la intolerancia.

Y yo me apresuro a responder que es la falta de una dirigencia adecuada al país y de una ciudadanía comprometida con él lo que convierte tantas cosas positivas en defectos y problemas.

Bastarán unas cuantas ideas renovadoras, una nueva dirigencia empeñada en echarlas a andar y una comunidad comprometida con ellas, para que toda la vitalidad de Colombia debe de resolverse en colisiones interpersonales y se convierta en impulso transformador, para que la rebeldía se manifieste en carácter y en criterio, para que la insumisión se resuelva en orgullo y en dignidad, para que el individualismo se trasforme en originalidad, para que aprovechemos ejemplarmente la abundancia de nuestros recursos en función del planeta y del futuro, para que este conflictivo mestizaje se revele como escenario de diálogos fecundos entre tradiciones diversas, para que la pluralidad de las lenguas y de culturas hechicen al mundo con la riqueza de sus matices y con la vibración de sus ritmos.

Hay países que han sufrido más que el nuestro, hay países que han vivido guerras más despiadadas, y siempre han encontrado su reconciliación y su camino. Por eso la desesperación o el desánimo revelan sobre todo ignorancia de la historia y desconocimiento de los antiguos desafíos de la condición humana, pero son también excusa para no actuar, para no asumirnos como parte entusiasta de la solución. Hasta aquí el poeta.

No podemos olvidar que estamos frente a una tragedia y conflicto de alta intensidad pues se trata de un evento gravísimo de persistente confrontación humana que ha causado muerte, destrucción, sufrimiento extremo, desarraigo masivo, despojo y anomía institucional a gran escala y por muchos años[12].

Yo estoy convencido que la paz es difícil y que la paz es posible y tenemos que apostarle es a la paz; tenemos los recursos internos y externos para construir un país de todos, igualitario, justo, incluyente, fraterno.

Desde nuestra fe en el Señor Jesús, estamos convencidos que la paz es un don de Dios confiado a los hombres y este jamás está dispensado de su responsabilidad de buscarla y de esforzarse por establecerla a través de esfuerzos personales y comunitarios a lo largo de la historia. El don de la paz es siempre, a la vez, una conquista y una realización humana, porque es propuesto al hombre para ser recibido libremente y puesto en práctica progresivamente con su voluntad creadora[13], que se expresa de múltiples manera y privilegia el diálogo en su compromiso por hacerla realidad.

No se pueda llegar a una paz estable como fruto de un final con vencedores y vencidos. La paz impuesta por las armas ha de ser desechada con firme decisión, porque quien ha sido vencido y humillado, es, en cierta medida, un daño real inmediato también para el vencedor[14]. La historia está llena de ejemplos de cómo en la firma de la paz de los vencidos, ya está inscrita la continuación de un conflicto más feroz. Sin el diálogo la paz nunca será posible.

Consideramos que el diálogo exige la comprensión hacia el hombre.
Ø   Pablo VI hacía notar que: “Antes de hablar es necesario no solamente escuchar la voz del hombre, sino también su corazón”[15].
Ø   El diálogo es, además, un medio para buscar la verdad. Él rompe los prejuicios y las barreras artificiales.
Ø   El diálogo, dice Juan Pablo II, lleva a los seres humanos a un contraste mutuo como miembros de la única familia humana con todas las riquezas de su diversidad cultural e histórica.
Ø   Se necesita un cambio de actitud, una conversión interna que impulse a las personas a promover la fraternidad universal y el diálogo debe ayudar a este objetivo[16].

Así como el diálogo es el camino para una paz estable, la violencia, por el contrario destruye lo que pretende crear, tanto cuando pretende mantener los privilegios de la sociedad, como cuando intenta imponer las transformaciones necesarias[17]

En este aquí y ahora de nuestra historia:

Creo que el momento actual que vive el país es único e irrepetible y que la mejor opción que tenemos es el SÍ a los Acuerdos de La Habana.

Creo también en la grandeza de víctimas y victimarios, porque en el fondo de cada ser humano hay un destello de bondad y la posibilidad de escuchar la propia conciencia que dice haz el bien y evita el mal.

Creo en la fortaleza del pueblo colombiano que ha resistido los dolorosos tiempos del pasado y hoy mira y se organiza para vivir etapas nuevas de la historia de Colombia.

Creo en un país que es tolerante, respeta las diferencias religiosas, sociales, políticas y económicas de los demás y permite expresarlas libremente.

Creo que siempre el bien triunfará.

Creo que la reconciliación como un proceso que nace de la iniciativa de Dios y puede corroborar y ofrecer sólido fundamento de que la reconciliación comienza por las víctimas. La experiencia de la misericordia y el amor de Dios dan la fortaleza y el coraje necesarios para tender nuevamente la mano con confianza y reparar los estragos causados por la mentira[18].

Creo, también,  que el amor de Dios derramado sobre nosotros como resultado de la reconciliación que Él mismo ha llevado a cabo en Cristo, hace tanto a las víctimas como a los agresores criaturas nuevas y nos hace hermanos y constructores de un mundo nuevo, tras las huellas del Señor Jesús.

Por eso, como Obispo de esta Diócesis de Barrancabermeja, respeto profundamente las opciones personales y afirmo que la Diócesis de Barrancabermeja apoya los Acuerdos de La Habana y ofrezco la colaboración diocesana a los procesos del postconflicto. Veo también con esperanza los diálogos con el ELN.

Como Obispo no impongo a nadie  orientaciones, pero yo como Obispo y ciudadano colombiano daré el SÍ a la refrendación de estos Acuerdos, porque estoy convencido que cada uno de nosotros tiene que ser constructor de paz y que en el momento actual ellos (los Acuerdos de La Habana) nos ofrecen el mejor camino posible para la construcción de la paz.

Permítanme terminar este saludo con la oración de San Francisco de Asís:

Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Que allá donde hay odio, yo ponga el amor.
Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón.
Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión.
Que allá donde hay error, yo ponga la verdad.
Que allá donde hay duda, yo ponga la Fe.
Que allá donde desesperación, yo ponga la esperanza.
Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz.
Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría.

Oh Señor, que yo no busque tanto ser consolado, cuanto consolar,
ser comprendido, cuanto comprender,
ser amado, cuanto amar.

Porque es dándose como se recibe,
es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo,
es perdonando, como se es perdonado,
es muriendo como se resucita a la vida eterna.






 + CAMILO CASTRELLÓN PIZANO, SDB
                                                     Obispo de Barrancabermeja



[1] Alejo Vargas, Editor, Diálogos de La Habana: Miradas Múltiples desde la Universidad; Centro de Pensamiento Y Seguimiento al Diálogo de Paz, Universidad Nacional, Bogotá, 2013, pág. 13
[2] O.c., pág 9
[3] Freire,  1971 m 69
[4] Freire P., o.c., pág. 68
[5] Freire, P. Cambio, Ed. América Latina, Bogotá, 1972, pág. 303
[6] Cepeda Iván, Justicia transicional para la democracia, en Alejo Vargas Ed., Diálogos de la Habana: Miradas múltiples desde la Universidad, Pág. 272.
[7] Cfr. Valencia León / Ávila Ariel, los retos del posconflicto, Ed. Ediciones B Colombia, Bogotá, 2016. Pág, 14.
[8] Cfr. Morales Jairo, Morales Jairo, ¿Qué es el postconflicto? Colombia después de la guerra, Ed. Ediciones de Colombia, Bogotá, 2015.
[9] Cfr. López Claudia, ¡Adiós a las FARC! ¿Y ahora qué?, Ed. Penguin Ramdom Home, Bogotá, 2016.
[10] Morales Jairo, ¿Qué es el postconflicto? Colombia después de la guerra, Ed. Ediciones de Colombia, Bogotá, 2015, Contracarátula.
[11] Ospina William, De La Habana a la Paz, Ed. Penguin Ramdom Home, Bogotá, 2016, Pág. 11
[12]  Morales Jairo, o.c., pág. 67
[13] Juan Pablo II, Jornada Mundial por la Paz, 1982, La paz, don de Dios confiado a los hombres, No. 289
[14]  Cfr. Pablo VI, El Desarrollo de los Pueblos, n.76
[15]  Cfr. Pablo VI,  Ecclesiam Suam n.80
[16]  Cfr. Juan Pablo II(, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1985
[17] Juan Pablo II, Discurso a los obreros en Sao Paulo, Brasil, 3 – 7 - 1980
[18] Scheiter Robert, Violencia y reconciliación, Ed. Sal Terrae, Santander, 1992, págs 68 y 69

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